10.1.06

AGUA Y BRISA (III)


Devenir es el nombre que damos a las cosas que aún no tienen nombre, miedo es el nombre que damos a las cosas que no nos atrevemos a nombrar. Y el miedo, una vez fuera, es sólo un reflejo del miedo, sin poder para adueñarse de la conciencia de las personas…

La arena ha quedado pegada en la mejilla temblorosa de Yusuf. Reinventándose a sí mismo desciende la opacidad de la madrugada y, ahora sí, se dispone a caminar eternamente por la arena fina en busca de M´Gouna, en busca de la dulce Apo y de los dedos de Lahcen. Pegajosas, las manos descienden por el pecho y sacuden el barro enredado en las axilas de Yusuf que da un sorbo de lactante a las mamas de la roca redimiendo así los pecados de la noche. Piensa en la aldea y no recuerda cuando se alejó de sus calles blancas, de sus mujeres con sombreros de tinaja y asas de brazo, del horno donde el olvido habita el fuego del hambriento. No recuerda en qué momento dejó de recorrer el camino correcto, en que momento quedó preso del sueño y en que momento se desveló. Escalando la roca que le dio cobijo, la mañana le sorprende con pesadumbre y avanza agarrado a una cala, con las uñas llenas de arcilla y los ojos vacíos de recuerdos.
Al llegar a la cima, adivina las cañas y un sonido le alcanza y le golpea con su látigo rítmico y reverberante. Un djembé le devuelve M´Gouna, y a su cabeza llega el crujir de las llamas en el horno, el repiqueteo de los pies de Apo haciendo sonar sus balghas amarillas. Los pechos de Lahcen. Los niños y sus pies danzando al son de unas chapas de refresco que rebotan en el suelo. Y danza (ahora) una lágrima que se evapora en la ardiente mejilla de Yusuf, que se encarama a una piedra y deja resbalar las manos hasta dejar sus brazos en posición vertical junto al torso desnudo. En aquél paisaje extraño no hay mujeres en las dunas, si no pálidas muchachas que bailan desnudas. Ni hombres bebiendo té de menta, si no pálidos muchachos que golpean tambores y beben de botellas de vidrio. Allí no hay niños haciendo rebotar chapas, sólo pálidos niños que se sumergen en las aguas y rebotan sus cuerpos contra las olas. Allí no hay Apo, ni Lahcen, ni M´Gouna. Allí solo está su corazón hecho añicos que se hunden en la inmensa locura de aquéllas gentes extrañas. Wahid, itnani, talatatun. Allí no hay nada para él. Sólo un deseo que le amenaza y le lanza contra su desdicha, un deseo que le golpea con el puño cerrado y le somete, que le hace arrodillarse con el alma entre los pies, meciéndose en el suelo ante la impotencia del olvido. Desesperado Yusuf, camina arrastrando su pecho por las ramas viejas, y al salir al camino ancho - ancho el camino, ancho el abismo -, descienden de un coche dos pálidos hombres que le interrogan en un idioma que no comprende, y sujetándole por los codos con unas manos que no comprende, le hacen entrar en el vehículo, camino hacia algo que no comprende. Wahid, itnani, talatatun. Apo en colores, Yusuf en blanco y negro. Itnani, wahid, talatun. Lahcen a la menta, Yusuf en seda y caricia. Talatun, itnani, wahid. M´Gouna tan lejos del hombre como cerca del hilo de mar que los separa. Tres, dos, uno. Chapas que rebotan en la cabeza de Yusuf. Dos, uno, tres. Pálidos hombres, pálidas mujeres, danzan desnudos. Uno, dos, tres. Ventana con vistas a la nada, y adiós al camino ancho, y adiós al ancho abismo. Uno, Apo en colores. Dos, Lahcen durmiendo en el pecho. Talatatun, Yusuf en blanco y negro, en gris, en negro. Yusuf en adiós a la menta, Yusuf, harina en las mejillas y arena en el horno. Talatatun, itnani, wahid.