24.3.10

MÁS SENCILLO

ES INFINITAMENTE MÁS SENCILLO

HACERNOS CAMINAR SOBRE LAS AGUAS

QUE OCULTAR NUESTRA ALEGRÍA EN EL VACÍO.

TÚ LO SABES Y TE EXTRAÑAS

Y TE RÍES CUANDO ADMIRO

TUS SILENCIOS ROTOS CUANDO HABLAS.

ES INFINITAMENTE MÁS SENCILLO

QUE ESPERAR QUE EL FIN DEL MUNDO

DESHILACHE TUS PESTAÑAS

QUE EMPRENDER CUALQUIER CAMINO

Y ESCALAR CUALQUIER MONTAÑA

MÁS SENCILLO…

ES INFINITAMENTE MÁS SENCILLO

RECORTAR NUESTRAS DISTANCIAS

QUE ASUMIR UN DIOS AMBIGUO

Y ADORARLE HASTA QUE CAIGA

YO TE OBSERVO MIENTRAS CALLAS

Y DESPRECIO LOS OÍDOS

SI EL SILENCIO TE AMORDAZA…

QUE ESPERAR QUE CAMBIE EL VIENTO Y NOS ARRANQUE LA MAÑANA…

Y DEJAR DE SER DOS CRÍOS Y NOS COJA LA GUADAÑA…

MÁS SENCILLO

ES INFINITAMENTE MÁS SENCILLO

HACERNOS CAMINAR SOBRE LAS AGUAS

QUE OCULTAR NUESTRA ALEGRÍA EN EL VACÍO.

TÚ LO SABES Y TE EXTRAÑAS

Y TE RÍES CUANDO ADMIRO

TUS SILENCIOS ROTOS CUANDO HABLAS.

ES INFINITAMENTE MÁS SENCILLO

QUE ESPERAR QUE EL FIN DEL MUNDO

DESHILACHE TUS PESTAÑAS

QUE EMPRENDER CUALQUIER CAMINO

Y ESCALAR CUALQUIER MONTAÑA

MÁS SENCILLO…

ES INFINITAMENTE MÁS SENCILLO

RECORTAR NUESTRAS DISTANCIAS

QUE ASUMIR UN DIOS AMBIGUO

Y ADORARLE HASTA QUE CAIGA

YO TE OBSERVO MIENTRAS CALLAS

Y DESPRECIO LOS OÍDOS

SI EL SILENCIO TE AMORDAZA…

QUE ESPERAR QUE CAMBIE EL VIENTO Y NOS ARRANQUE LA MAÑANA…

Y DEJAR DE SER DOS CRÍOS Y NOS COJA LA GUADAÑA…

Tesoro

El futuro fue esperar, no es tan fácil como ir en puntas de pie,

dejando al tiempo hablar , dejando el tiempo atrás...

Este invierno enfermo y gris, que abandona sus colores para huir,

me ha dado alas y me ha devuelto a ti...

Desperté con el aire imaginándote,

que fui así, y lo cierto es que perdí tal vez,

la última vez, la voluntad, el norte y mis ganas de decir

quédate, quédate…

El error fue malgastar un tesoro que aún estaba por hallar

y estaba justo aquí, aquí delante…

Me ha salvado ese crujir de hojas secas dibujando un manto añil

de bosque eterno, desde el que remontar,

parando el tiempo, cogido siempre a ti…

,,,QUE EL MUNDO GIRE

ESTOY TRATANDO DE ELEGIR

Y ELEGIR ES OLVIDAR UNA PARTE DE LAS DOS

SÍ, A MENUDO DEBE SER

BASTANTE COMPLICADO HACER QUE EL DADO MARQUE SEIS

UNA TERCERA VEZ,

Y TENER QUE REGRESAR A CASA CON LAS MANOS AFERRANDO NADA

Y AL FINAL, ABANDONAR LA PIEL,

DEJAR QUE EL MUNDO GIRE Y NO SE ESCUCHE EL MIEDO QUE

SÓLO YO PROVOQUÉ MI ESTUPIDEZ LA PIEDRA EN EL CAMINO DE LOS DOS.

ESTOY TRATANDO DE PEDIR

PERDÓN POR DESCUBRIR, TAN TARDE, LO TARDE QUE SE HA HECHO.

YO, NUNCA A TIEMPO Y TÚ,

SOLTANDO AMARRAS POR SI HUBIERA QUE ZARPAR

CON RUMBO A OTRO LUGAR,

TAL VEZ BUSCANDO UN MAR EN CALMA QUE HAGA BUENO

EL SOL DE TUS MAÑANAS Y AL FINAL…

¿Cómo?

¿Cómo se quita el disfraz y se esfuma la rabia si se escondes detrás?

¿Cómo se habita en la nada y se extingue la voz si se pierde la calma?

¿Cómo se agita irreal la llama que va dibujando este fuego?

¿Cómo se mece el viento en un barco sin velas?

¿Cómo se vence el miedo?

¿Cómo esbozar la sonrisa? ¿Qué se ha de decir sin romper el silencio?

¿Cómo jugar a ser dios y esculpir el cincel un invierno tan seco?

¿Cómo se agita irreal la llama que va dibujando este fuego?

¿Cómo se mece el viento en un barco sin velas?

¿Cómo se vence el miedo?

21.10.08

Yo te conozco.



Yo te conozco mi vida, mi prosa. Entre otoñales rastrojos de dulzura. Me entrego a ti, te conozco. Por donde anida la cordura jamás he intentando pasar de largo, y a pesar de todo, sigo perdiendo el tren en las estaciones. De paso, viajo hacia ti, porque yo te conozco más que nadie. Te espío en las sombras de estas aulas de témpera, donde enfrascados se estremecen los remolinos de mi pasión sincera. Férreas estructuras me recompensan a tu paso, porque te conozco y te envidio. Quisiera ser tú, mostrarme en tu camisa con los pechos erguidos y descompasados, meciéndome en ti, quisiera ser tú y otorgarte la premura inquieta de una flor marchita en este día marchito. Madrid es tan grande y yo… yo te conozco. Porque salgo a pasear cada noche con la insolente esperanza de deslizarme por las alcantarillas como un vertido sólido y repugnante. Aparecer así: ¡Zas! En tu vida, mi prosa, mi amor, mi incomprensible muchacha de piedra. Vetusta y macilenta en sus desvaríos. ¡Cómo me observas cuando callo exasperado, ahogando las lágrimas en un sollozo pueril!. Asómate a mi desapego. Mi ninfa, otórgame a Aix, nodriza sin reproches. Sí… amamantarme sin concesiones y colmar el cuerno desposeído de frutas y flores sin néctar, Amaltea. Súbeme a las estrellas en tu unicornio primogénito pues yo te conozco, tan callada… Pergamino enredado en mis ojos que alimenta mis fantasías de niño. Te conozco en los días, te observo, te temo. Pues tus miradas son venganza que me despoja del aplomo y me arroja contra las paredes de esta habitación ensombrecida. Disfrazarme… ¡Sí, de loco, de bufón en la noche! ¿Mi testigo la luna opalina? ¿Cubrirme quizás el rostro? Sin detenerme escalaré el muro y te susurraré palabras desquiciadas sin remordimiento. Madrid es tan grande… París, tan lejana… Roma incomprensible, encaramarme sin descanso, tal vez, a los arcos floridos de la Vía del Pellegrino, despojarme de sus ventanas y escalinatas, amor mío. Por ver en tu rostro asomarse una leve sonrisa, que no se aneguen mis párpados con la sal que derraman. Cenar en Via Luigia, recomponernos en una morada siniestra, recompensarnos. Estremecernos y naufragar en el Tíber. Viernes me llamarás, mi amor, mi verso. Delirio enmascarado por nenúfares insólitos, destartalados. Polilla estremecida si me quemo en tus labios púrpura, como la fachada de los incomprensibles cuadros de la ciudad medieval de Gubbio. Mi poetisa adorada. Espuelas de mi costado que desgarran, me asestas tres puñaladas y muero en tus brazos, ¡Salomé! Me desangro ignoto en el bamboleo de tus entrañas. Relamiéndome las pezuñas desconozco cuál es el sentido de tus miradas ciclotímicas. Quisiera ser tú, mi princesa de sangre, asimilar tu cuerpo y tu vértebra augusta, desposeerme, amordazarme. Entrar en tus piernas en silencio, dar un portazo final para despertar de esta duermevela feroz. Quisiera ser tú y no puedo. No puedo esforzarme en balde y dejar el encantamiento sagrado al delirio del vendaval. No puedo observar como las chimeneas eyaculan el humo fecundo de mi tristeza sin inventar pérfidas excusas que se vuelvan contra mí, Roxana. Diva incombustible y mordaz, tan inteligente y tan insensata en tu desprecio. Quisiera ser tú, pues yo te conozco como nadie en la vida te ha conocido, te observo y te asimilo. Yo te conozco y te adoro, mansa e impertérrita, imperturbable en los siglos, niña esculpida en el bronce podrido de mis días. Balsámicas son las horas en que llego a fenecer atenazado por el silbido de las gaviotas que andan buscando su orilla en esta ciudad que no tiene mar. Viajar en tu nave, nodriza mía…. Espantar a las aves que intentan anidar en mi estómago entumecido. Hambre de pobre, pan fermentado en el calor de un cuarto oscuro que ahora te entrego sin condiciones. Por ver tu silueta dibujarse en las amarillentas cortinas de un hotel encarnado. Bailando para mí, meciendo el talle de tu figura asesina… Bailando para mí bajo la lluvia, sobre el barro de una huerta en la que he cultivado mi incertidumbre. Y dará sus frutos. Regarte y verte crecer, atraparte en una burbuja opaca, sin temor a represalias. Mi niña con voluntad de mujer, mi triste sonata para piano, mi romántica muerte acechándome en las escaleras del recibidor, petit madame… Yo te conozco como nadie, alquimista, en la mezcolanza de los sentidos abrumados. Pequeña dama cruel. Ser Ares en este instante, Afrodita, enraizarme en la tierra de leche donde tienen cabida nuestros imprudentes adulterios que serán castigados sin remisión. Echar abajo los muros que separan la muchacha de la hembra, echarlos abajo y retozar en sus ruinas, hacerme presa de los escombros. Mármol indiferente que hiela mi sangre derramada por las alcantarillas como un vertido líquido y reverberante. Aparecer así: ¡Zas! En tu silla de madera destartalada, mi extranjera pérfida, desaliento de los antiguos dioses, mi incomprensible mujer, mi Eneida... Vetusta y macilenta en tus desvaríos, ¡Cómo me observas cuando callo exasperado, ahogando las lágrimas en un sollozo pueril! Quisiera ser tú, pues yo te conozco, te he conocido siempre, como nadie en la vida lo ha hecho.

22.3.06

Con permiso de Cortázar...

Hace ya tiempo me sorprendí leyendo ese libro tan recurrente y siempre presente, eternamente en estado de moda y tan manoseado, a veces, para deleite del cultureta ocasional con la sola pronunciación de su título. Me gustó Rayuela, no voy a negarlo. Me encantó la locura transitoria y titileante de Horacio y sobretodo me enamoró, como a tantos otros antes que a mí, ese personaje maravilloso que es La Maga. Evidentemente me sorprendió, pero en cierto modo he de decir, aún a riesgo de cometer herejía, que de alguna manera también me decepcionó, esperaba más de un libro que me habían recomendado por activa y por pasiva, tal vez por eso su lectura me supo a poco, entonces, claro está, no me di cuenta de ello. El año pasado releí aquéllas páginas y, en honor a la verdad, fue todo un descubrimiento, como leerlo por primera vez. En esta ocasión me centré más en la relación de sus personajes y disfruté muchísimo de su lectura. Un gran libro sin duda, pero en esas estaba yo, pensando aún a día de hoy que aquélla era la relación de amor más original y mejor narrada de los últimos tiempos cuando ante mis narices y gracias a la recomendación de la Grandes (al César lo que es del César), apareció la que sin duda es para mí la auténtica obra maestra del romanticismo contemporáneo, el manual de las historias de amor, el libro que me abrió los ojos y que sin duda me da otra concepción de la Rayuela de Cortázar, pues no he podido dejar de comparar, mientras leía, ambas formas de ver el amor imposible e incompresible. Y ya tengo mi favorito. No es que tengan mucho en común estas dos historias pero en cierto modo si me permito establecer un paralelismo evidente en la intención de ambos autores, y no me importa ser el único que la vea. La obra a la que me refiero no es otra que "Bella del señor" de Albert Cohen. No quisiera extenderme mucho en el comentario de esta maravillosa novela porque prefiero dejar patente mi encarecido emplazamiento a sus páginas, recomendar, en una palabra, su lectura. Tiene pasajes brillantes a la altura de muy pocos escritores de este siglo (hablando del anterior, se entiende) y en sí todo el escrito, de principio a fin, es un fantástico tratado sobre el amor, las apariencias, las clases sociales, la ironía, los celos, la violencia y la monotonía en las relaciones. Bella del señor, Albert Cohen, obra maestra y libro de cabecera inevitablemente, con permiso de Cortázar.

10.2.06

HUECOS, por Sidhe

Son las 7:55 de la mañana. Tan solo faltan 5 minutos para que el despertador me agobie como cada día. Me giro dando media vuelta más de lo que habitualmente podía y entonces me acuerdo de que ya no estás. Que anoche te fuiste. Me encuentro con el primer agujero, con el hueco.
El despertador suena. Me quejo. Abro los ojos y estiro el brazo intentado tocarte como cada mañana. Finisterre comienza en tu lado del colchón. Soy capaz de levantarme. Tengo ganas de llorar. Como cada día lo primero que hago es coger una taza y llenarla de café recién hecho; no hay, éso es porque ya no estás. Pongo las medidas de café y agua que usabas cada mañana mientras yo, desde la cama, te pedía guerra de la buena.
Abro el armario. Está vacío, oscuro, tiene eco, huele a ti, me dan ganas de llorar, doy un portazo con toda mi fuerza, no es suficiente, pego un puñetazo, siento dolor, lloro, me siento en la cama, me echo las manos a la cabeza, lloro, te odio por haberte ido y te amo tanto para desear que vuelvas. Me regalas un segundo hueco.
Salgo de casa. Voy al garaje. Mi coche desde hace meses no tiene notas en el parabrisas diciendo que me quieren, que están deseando volver a casa del trabajo para verme o con un simple “Pienso en ti”. A la izquierda falta tu coche. Hay otro hueco que me recuerda que no estás, que te has ido. No paro de encontrarme huecos de ti: el de tu albornoz, tu cepillo de dientes, en el sofá, el perchero, las maletas, el coche, los cds,… El desamor tiene forma de hueco y no de corazón, sino de frasco donde guardamos los cepillos de dientes.
Hoy me has llamado. Preguntaste a qué hora te podías pasar a recoger el resto de tus cosas que, traducido a palabras para entenderlas es que vas a venir a dejarme más huecos que me recuerden de un solo vistazo que ya no estás, que ya no me quieres y que ya no vas a volver. Por supuesto tu llamada era para que yo no estuviera. Te dije que a las ocho, que estaría en el gimnasio.
Es mentira, no voy al gimnasio. Estoy en el bar de enfrente, aquel a donde siempre bajaba a comprarte el tabaco, el que no te gustaba porque decías que olía a bar. Te he visto entrar. Llevabas un gran hueco en una bolsa bandolera. Seguro que ya tienes premeditado dónde dejarlo en pequeños trozos. No sé si salir corriendo detrás de ti y suplicarte que vuelvas, de rodillas y agarrado a tus piernas. Me pierde mi ridículo. Me pido otro whiskey. Veo la luz del salón encendida. Seguro que está dejando huecos en las velas del salón. En las 35 que te encendí en todo el salón el día de nuestro aniversario. Mañana te llamaré para decirte que las velas son mías para que vengas y las devuelvas. A lo mejor basta para que te quedes. Seguro que deja huecos en las fotos, en las figuritas que compramos en Marruecos, en la cajita de madera donde guardábamos los condones, en el cuadro del salón, en tus perfumes, en tus cremas, en las sonrisas, las miradas, las risas, la piel de gallina que tenías la primera noche, tus lágrimas en mi hombro los domingos viendo una peli en el sofá, los regalos, los besos, los abrazos, las manos entrelazadas, los silencios, en las veces que pensaba en ti…
Te he visto salir. Llevabas el abrigo que te regalé. No he sabido interpretar tu cara. No sé si era de alivio, de tristeza, de alegría, de incertidumbre. Tenías cara de nada.Me bebo el whiskey de un trago, quiero llorar, pido la cuenta, pienso en salir y provocar un encontronazo fugaz en la puerta del garaje, recapacito, salgo del bar, tomo dirección contraria a la tuya, camino al portal. Voy a buscar los huecos. Llamo al ascensor, tarda, subo por las escaleras, abro la puerta, cuelgo el abrigo. Huele a café recién hecho. Las velas están donde siempre. Hay una maleta en el hall. Tu albornoz está en su sitio, el cepillo de dientes ha vuelto al frasco, hay una nota en el espejo que te dice que te perdone, que me echas de menos. Salgo corriendo, bajo las escaleras de tres en tres, abro la puerta del portal, voy al garaje y allí estás, dentro de tu coche, esperando una respuesta.
Hay un silencio, pienso, recapacito, me concentro y en mi mente encuentro una respuesta: Mañana me apunto al gimnasio.
(Publicado por Sidhe en El Rincón de Dani el 4 de Febrero de 2006)

18.1.06

Andrés Lewin, genialidades...

En la ciudad hay muchos coches
y la gente tiene mucha prisa.
En el cielo, el tráfico es mejor.
***
Cuando te vas, mi barrio se hace pequeño,
se derrumban los edificios y
desaparecen mis vecinos.
Al final solo queda mi casa,
y descubro que mis vecinos
se han amotinado en la cocina.
Y se comen mis empanadas.
No les daré mis trucos.
***
Algunas cosas de la naturaleza,
me sugieren que haga cosas contigo.
Mira esos dos perros follando, por ejemplo.
***
Hay una cosa que va de tu casa a la mía
pasando por la panadería
y dejando un agujero.
Llevo una semana intentando escribir una nana
pero me duermo.
***
Voy a empezar un diario.
Voy a ir al gimnasio.
Voy a dejar de fumar.
Voy a memorizar el diccionario.
Y entre plan y plan, espero vivir un poco.
(alguien debería catalogar este trastorno)
***
Por la calle, todos los chicos son más guapos que mi novio.
Asique me tengo que acordar que el más guapo de todos,
el que duerme a mi lado,
un día pasó por la calle.
No quisiera leer en sus ojos un adiós.
Por eso hemos pintado mi habitación de calle,
con tráfico, semáforos y estaciones de metro.
***

Poemas escritos por Andrés Lewin

http://www.andreslewin.com


10.1.06

AGUA Y BRISA (III)


Devenir es el nombre que damos a las cosas que aún no tienen nombre, miedo es el nombre que damos a las cosas que no nos atrevemos a nombrar. Y el miedo, una vez fuera, es sólo un reflejo del miedo, sin poder para adueñarse de la conciencia de las personas…

La arena ha quedado pegada en la mejilla temblorosa de Yusuf. Reinventándose a sí mismo desciende la opacidad de la madrugada y, ahora sí, se dispone a caminar eternamente por la arena fina en busca de M´Gouna, en busca de la dulce Apo y de los dedos de Lahcen. Pegajosas, las manos descienden por el pecho y sacuden el barro enredado en las axilas de Yusuf que da un sorbo de lactante a las mamas de la roca redimiendo así los pecados de la noche. Piensa en la aldea y no recuerda cuando se alejó de sus calles blancas, de sus mujeres con sombreros de tinaja y asas de brazo, del horno donde el olvido habita el fuego del hambriento. No recuerda en qué momento dejó de recorrer el camino correcto, en que momento quedó preso del sueño y en que momento se desveló. Escalando la roca que le dio cobijo, la mañana le sorprende con pesadumbre y avanza agarrado a una cala, con las uñas llenas de arcilla y los ojos vacíos de recuerdos.
Al llegar a la cima, adivina las cañas y un sonido le alcanza y le golpea con su látigo rítmico y reverberante. Un djembé le devuelve M´Gouna, y a su cabeza llega el crujir de las llamas en el horno, el repiqueteo de los pies de Apo haciendo sonar sus balghas amarillas. Los pechos de Lahcen. Los niños y sus pies danzando al son de unas chapas de refresco que rebotan en el suelo. Y danza (ahora) una lágrima que se evapora en la ardiente mejilla de Yusuf, que se encarama a una piedra y deja resbalar las manos hasta dejar sus brazos en posición vertical junto al torso desnudo. En aquél paisaje extraño no hay mujeres en las dunas, si no pálidas muchachas que bailan desnudas. Ni hombres bebiendo té de menta, si no pálidos muchachos que golpean tambores y beben de botellas de vidrio. Allí no hay niños haciendo rebotar chapas, sólo pálidos niños que se sumergen en las aguas y rebotan sus cuerpos contra las olas. Allí no hay Apo, ni Lahcen, ni M´Gouna. Allí solo está su corazón hecho añicos que se hunden en la inmensa locura de aquéllas gentes extrañas. Wahid, itnani, talatatun. Allí no hay nada para él. Sólo un deseo que le amenaza y le lanza contra su desdicha, un deseo que le golpea con el puño cerrado y le somete, que le hace arrodillarse con el alma entre los pies, meciéndose en el suelo ante la impotencia del olvido. Desesperado Yusuf, camina arrastrando su pecho por las ramas viejas, y al salir al camino ancho - ancho el camino, ancho el abismo -, descienden de un coche dos pálidos hombres que le interrogan en un idioma que no comprende, y sujetándole por los codos con unas manos que no comprende, le hacen entrar en el vehículo, camino hacia algo que no comprende. Wahid, itnani, talatatun. Apo en colores, Yusuf en blanco y negro. Itnani, wahid, talatun. Lahcen a la menta, Yusuf en seda y caricia. Talatun, itnani, wahid. M´Gouna tan lejos del hombre como cerca del hilo de mar que los separa. Tres, dos, uno. Chapas que rebotan en la cabeza de Yusuf. Dos, uno, tres. Pálidos hombres, pálidas mujeres, danzan desnudos. Uno, dos, tres. Ventana con vistas a la nada, y adiós al camino ancho, y adiós al ancho abismo. Uno, Apo en colores. Dos, Lahcen durmiendo en el pecho. Talatatun, Yusuf en blanco y negro, en gris, en negro. Yusuf en adiós a la menta, Yusuf, harina en las mejillas y arena en el horno. Talatatun, itnani, wahid.

4.1.06

AGUA Y BRISA (II)


A través del tiempo redimido para nuestros quehaceres, escucha el silencio de los tuyos, atraviesa las paredes de adobe y sueña otro mundo…

Apo recoge el ramaje seco, y se apoya sobre el poyete de la entrada a la kasbah. El sol comienza a alzarse sobre las dunas y retuerce su júbilo contra la piel de la muchacha. Apo juguetea con los pies y hace chocar sus balghas amarillas cubiertas de barro seco. Un chasquido leve rompe el silencio en el que la niña ha sumergido su tela de araña durante unos minutos y se gira para observar a su padre que aparece tras la puerta con gesto vago rozando el cabello de Apo, con los dedos colmados le regala una mirada, aquélla que sólo a ella le dedica en esa mañana precoz de Mayo. Yusuf se acuclilla sobre las piernas de Apo y le susurra al oído algo que, entre risotadas y aspavientos, la niña celebra retorciéndose en la arena, rebozándose como un animal que halla cobijo en un juego primitivo e inocente.
Yusuf se incorpora y admira la aldea sobre la que los mercaderes han comenzado a instalar sus puestos. Entre las frutas, semillas y toda clase de especias, surgen las antenas parabólicas como plantaciones de tecnología al servicio de la nada. Yusuf se refugia del sol bajo el techo de la Kasbah, construida de tierra, paja y agua para formar los bloques de adobe con los que se levantan las gruesas paredes y los tallos de bambú dispuestos entre troncos de sabina formando el techo que le refugia del calor acuciante de las primeras horas del día. Tras el telón de aquélla estampa ensordecedora de gentes que van y vienen con carros tirados por animales, de negociantes que regatean la compra y mujeres que se llevan las manos a la cadera para no perder el equilibrio, Apo se agarra a la jalaba de Yusuf que acuna la cabeza de la niña posando su áspera mano sobre la cálida mejilla de la muchacha. A través de las cañas, Yusuf observa el trajín de los años que quedan para alejarse algún día de aquel enjambre de hombres y mujeres que nada tienen y a ningún lado van, asumiendo lo imposible que resulta de concebir tal deseo a esas alturas. Para Yusuf abandonar todo aquello que le rodea, jaula de hombres fingiendo ser libres, sería abandonarse a sí mismo, y prefiere la angustia del que sabe que existe algo mejor e inalcanzable, al abandono terrible de la soledad que le ofrece una vida inexplorada fuera del hogar que construyó, fuera del calor de la mujer que le hace vencerse en el lecho, fuera de los ojos de Apo. Alberga sin embargo el temor de las noches frías, el de los largos paseos en busca del trueque. El que da a su familia el alimento cotidiano del hombre autosuficiente que amasa el hambre con las mismas manos con que se alimenta la pobreza. Y en el horno de barro, como todos los días por los siglos de los siglos, cuece el pan que ofrece a cambio de fruta y monedas con que pueda comprar un pedazo de nada y otro poco de algo. Nada más. Nada más puede ofrecer un hombre que no tiene nada, que nada espera y nada sueña. Sólo unos ojos que ahora se pierden en el abismo de M´Gouna, donde las personas caen sumidas en el traqueteo moribundo del devenir de sus días y se adentran en un camino que lleva a la muerte como a la vida trae al que se resiste a tomarlo.
Apo feliz, Apo en colores. Se refleja en la sombra que proyecta la ventana en el interior de la kasbah y un rayo, que también se ha colado, choca frenéticamente contra la tinaja que contiene la harina y se estrella un arco iris de formas y dibujos contra la pared de la estancia. Apo en colores, saboreando el té a la menta que Lahcen prepara en la sobremesa, mientras Yusuf remienda con sus manos la masa de pan y dispone en el horno el fuego con que calienta su amor por aquéllas dos mujeres.
Lahcen y Apo se entretienen cantando historias y Apo reinventa la suya, mira de reojo y el pan ya está listo, es feliz en ese instante breve mientras observa con descaro los pechos de Lahcen que se vuelve y le reprime con la mirada agresiva y cómplice a la vez. En la eternidad de la noche Lahcen se protege con el calor del pecho de Yusuf y se funden como el agua se funde con la sal en el mar del tiempo. Yusuf acaricia la cima de las montañas y desciende lentamente a través del suave estómago de Lahcen que descarga un leve gemido cuando su sexo roza los dedos de Yusuf. Y éstos se agitan sinuosos y acompasados entre las piernas de la mujer que abre los muslos para recibirle, él acepta la invitación y entra sin llamar en el vientre de ella. Y comienza el baile de las bestias al ritmo que les marca el propio deseo, el sudor es el río que recorre las manos de Lahcen, y va a morir en el mar de sudor que es la espalda de Yusuf. Se vierten el uno en el otro, se derraman y la danza concluye en un movimiento decadente y final. Yusuf se inclina y se clava en los ojos de Lahcen. El pan ya está listo. Y Apo descansa en el lado opuesto de la kasbah ajena al rugir de la carne y es feliz en ese instante breve mientras sueña con descaro que el mañana llegará, como cada día, con el primer rayo de luz que entre por la ventana.
Wahid, itnani, talatatun. Uno, dos y tres. M´Gouna recibe un nuevo día con cielos rojos y nubes transparentes, la aldea toma el pulso a la vida y acelera el ritmo con el transcurso de la mañana. Las mujeres se acomodan sobre las dunas y los hombres vociferan sus ofertas entretejiendo el multicolor circo en que se convierte M´Gouna sobre la inmensa planicie del desierto. Wahid, itnani, talatatun. Los niños juegan sobre el asfalto raído a quemarse los pies mientras aporrean las chapas de los refrescos contra el suelo, un salto tras otro, y vuelta a empezar, lanza la chapa y rebota. Uno, dos y tres. Una mujer grita algo y un niño corre despavorido entre el gentío que abarrota la calle principal de M´Gouna. A la puerta de la kasbah se reúnen los hombres para beber té de menta mientras el grupo de niños de pies ardientes que antes jugaba con las chapas, ahora se arremolina sobre otro grupo de hombres que golpean darbukas y lanzan cánticos al dios del trueque y el pillaje. Wahid, itnani, talatatun. Los niños bailan y gritan histéricos, Apo menea su cuerpo delgado, retuerce sus manos y le hace un guiño a la vida. Uno, dos y tres. Las chapas rebotan igual que rebotan los pies de los niños. Wahid, golpe de djembé. Itnani, golpe de chapa. Tres, golpean los pies de Apo el suelo quemándolos al compás de la música.
Talatatun, al compás de la música vende Yusuf sus panecillos haciendo castillos de harina en el aire cálido de M´Gouna, decidiendo en un súbito abandono que cambia su vida por la cara opuesta de unas calles que no conoce. Itnani, de este modo entreteje la celeridad de ese instante en que se aleja del adobe marchito de la kasbah, para traer a sus vidas un soplo de oportunidades que nunca tuvieron. Wahid, y entrega sus manos al feroz entramado que forman las promesas que un día se hizo y que ahora ya (sabe) no podrá cumplir. Tres, adiós a la tormenta de arena, y se la bebe en una súbita bocanada, contraste de cristales por los que atraviesa la luz de la luna, contraste de metales que cubren la alfombra raída por los que corretea un alud de recuerdos. Dos, camina como otros caminaron a través de la desesperación, en una máquina del tiempo que le lleva desde M´Gouna a ningún lado. Uno, pasado y futuro, tan lejos uno del otro como la línea que atraviesa la tierra del delgado hilo que ata a los hombres a su destino.
Yusuf triste, Yusuf en blanco y negro. Se refleja en la sombra que proyecta la lejanía en el interior de la kasbah, y un rayo que ahora se ha colado, choca desesperadamente contra los pies que se visten de arena y estalla un terremoto de lágrimas e incertidumbres contra la pared de la vida. Yusuf en blanco y negro, saboreando el adiós a la menta que Lahcen prepara en la madrugada, mientras Apo remienda con sus manos las manos del padre y dispone en el horno el fuego con que calienta el temor a la despedida.