20.6.05

Supongo la brizna

Empapo el alma con la quietud de los días, la congoja da paso a un desliz de mis manos sobre la madera blanquecina. Se precipitan los motivos sobre las baldosas secas, arropadas por el manto de hojas amarillas, dejando al antojo del viento sus cuerpos leves y desabridos. Al orientar los pasos me detengo frente a la vida observando cómo pasan las horas en ese letargo dulce en que me hallo, sin otro motivo que contar los segundos del primer ocaso al que me acerco para protección de los instintos. Dejando pasar el mar y la palma, supongo la brizna que cubre mi rostro de niño apoltronado frente al oleaje de gentes que van y vienen, de gentes que nunca llegarán porque nunca partieron. Es breve el camino, como breve es la punta del iceberg al que se llega escalando por los salientes de la vida. Sin más preámbulo que un fruncir furioso de boca me limito a redactar las hojas vacías que aún aguardan en el limbo del pensamiento a ser inventadas y lanzadas al vacío. Por el precipicio de los segundos recién transcurridos. Por el precipicio de los segundos primeros. De los últimos segundos.