1.9.05

AGUARDANDO A SABINA

A menudo tengo sabores. Sabores que vienen y van, que se cruzan y se chocan contra mi frente, sabores pragmáticos de los que echo mano cuando siento la necesidad de abrocharme el cinturón y viajar sin moverme del sitio. Sabores a primer concierto en Lavapiés, en un "foso" taurino donde me hice torero en una plaza pequeña. Sabor al puente de Segovia, a su calle, contento me tiene cuando no la tengo. Sabor a cinema y chocolatina en el alféizar de la ventana. A Buenos Aires, a noches interminables entre la Plaza de Santa Ana y el mes de Abril robado de mis cajones. Sabor a mi último amor, que "el primero" siempre se olvida.
A mi último amor le encanta tener sabores, como a mí. Por eso somos siameses y nos hacemos arrumacos con monigotes de miga de pan y caballitos de plata. Con aguita del mar andaluz bajo cada noche a buscarle, a mi último amor, y buscamos juntos los sabores. Sabor a almíbar, a tristeza y perezas en la parte de atrás de un coche, a militancia servil en el frente opositor. Sabor a paseos por la Plaza de Oriente, a embriaguez en las cuestas de La Latina. Sabor a churros, a chocolate, pongamos que hablo de Madrid.
Sabores cuando el requiebro de la voz se hace quiebro y verónicas. Aguardando a Sabina tengo sabores, a menudo. Es lo que trae consigo ser gato gatísimo y enamorado, de la música de Sabina, de su voz rota y de Madrid, de mi Madrid rasgado y brutal. De mi último amor, que el primero siempre se olvida. Y así, aguardando a Sabina, siempre encuentro consuelo. Así, aguardando a Sabina, siempre encuentro un alivio, de luto. Agarrado a sus manos y entregado a su boca. En un arrullo del corazón me estremezco en sabores. Así, aguardando a Sabina. De la mano, siempre, de mi último amor. Que el primero, ése primero, ya hace tiempo que lo he olvidado. A mi último amor le encanta tener sabores, y salimos a buscarlos juntos, por eso somos siameses. Por eso, aguardando a Sabina, me encanta poner mi cabeza en su pecho, sobre su corazón, y escuchar como late el mío.